Ayudar a hacer realidad que toda persona pueda ejercer su derecho a gozar del nivel más alto de salud física y mental es uno de los objetivos que guía el trabajo de investigación en ICEERS. La preocupación por la salud mental ha adquirido una atención casi sin precedentes. Por ello, resulta crucial hacer un esfuerzo por apartarse de análisis reduccionistas y pasar a profundizar en los factores psicosociales, políticos, económicos y físicos que influyen en esta esfera. También es necesario señalar las barreras que impiden el bienestar. Entre ellas se encuentran la violencia, la exclusión social, el aislamiento, las desigualdades raciales y económicas sistemáticas, la estigmatización por motivos de orientación de género y los comportamientos vilipendiados, como el consumo de sustancias.
En este contexto, Cannabmed trabaja para reflejar realidades invisibles y silenciadas que no se ajustan a los códigos sociales, culturales y políticos dominantes. El cannabis es una sustancia socialmente estigmatizada que, según la psiquiatría convencional, provoca enfermedades mentales. Sin embargo, esta planta ha demostrado constituir una herramienta de autocuidado muy valiosa para muchas personas pertenecientes a grupos vulnerables.
Última hora del cannabis en España
Un reciente seminario organizado por Cannabmed exploró el derecho de los grupos estigmatizados a alcanzar una salud óptima con cannabis. Este curso proporcionaba un espacio para escuchar las experiencias del mundo real sobre el cannabis a través de una perspectiva holística de la calidad de vida. Un elemento importante para que el cannabis sea accesible es el cambio en las políticas. En el seminario, Òscar Parés, director adjunto de ICEERS, ofreció una visión general del contexto político y social actual del cannabis en España. Mencionó las tres propuestas presentadas en el Congreso de los Diputados sobre la regulación del cannabis en España. La primera de Más País no llegó a votarse y la de ERC (Esquerra Republicana de Catalunya) no se presentará. Sólo queda pendiente la propuesta de Podemos. Parés informó de que el Gobierno no quiere abordar este asunto hasta que no finalice la subcomisión sobre el cannabis terapéutico.
Cannabmed participó en Spannabis, el evento cannábico más grande de Europa, y en la International Cannabis Business Conference. Actualmente está organizando la Marcha Mundial de la Marihuana, así como un congreso en línea para recoger perspectivas y evidencias que poder aportar a los partidos políticos. Otro evento reseñable será la presentación libro Luz verde a la libertad, de Albert Tió, presidente de la Federación de Asociaciones Cannábicas Autorreguladas de Cataluña (FEDCAC). Tió lleva ya cerca de un año y medio en prisión por gestionar un club cannábico en Barcelona.
Parés también mencionó la campaña #cannabisLEGAL, impulsada por nueve organizaciones de todo el ámbito estatal. Este movimiento busca ejercer presión en la subcomisión a base de dar voz a personas y colectivos que luchan por un cambio de paradigma en la regulación del cannabis.
Finalmente, Òscar prometió «no dejar descansar a los políticos sin que hagan una regulación respetando nuestros derechos». Asimismo, aludió a la buena relación con Malta, y a la voluntad de que sirvan de puente hacia la regulación en España.
Salud mental y derechos humanos
El primero de los ponentes fue José Carlos Bouso, director científico de ICEERS, quien contextualizó la labor de esta fundación en torno a la salud mental.
Bouso señaló que la salud mental no es un mero proceso bioquímico y necesita una perspectiva más amplia basada en los derechos humanos. En un momento en que las cifras de depresión y ansiedad se han duplicado en España, es importante entender la salud mental no como un mero proceso bioquímico, sino con una perspectiva más amplia, basada en los derechos humanos. La multiplicación del uso de ansiolíticos y antidepresivos se ha convertido en una nueva epidemia, con listas de espera de tres meses para acceder a atención pública psicológica. Parece que faltan psicólogos, psiquiatras y medicamentos, pero en realidad existen una serie de determinantes para que aparezcan problemas de salud mental: violencia, desempoderamiento, desigualdades, condiciones nocivas, persecución de conductas estigmatizadas, etc.
Además de los determinantes que condicionan la salud mental, hay que superar algunos obstáculos. Por ejemplo, la salud mental se entiende como un déficit bioquímico. Se percibe como algo que le ocurre a un individuo y se mide en términos económicos. Se basa en la morbilidad y se centra en el individuo que desarrolla estos problemas. Sin embargo, los factores sociales provocados por la pandemia, como los confinamientos y el aislamiento social, también ejercen un impacto importante.
España ocupa una de las primeras posiciones en la Unión Europea en esperanza y calidad de vida. Las investigaciones muestran veinte puntos de diferencia en la valoración de la salud entre niveles educativos altos y bajos. También influyen los factores económicos: tres de cada diez personas de rentas bajas padecen problemas de salud mental. Además, las tasas de suicidio son las más altas de la historia. Y, para colmo, una de cada cuatro personas en nuestro país vive en el límite de la pobreza.
Los hipnosedantes (benzodiacepinas) constituyen el tercer fármaco más consumido en España. Y dado que el consumo de medicamentos con receta es la tercera causa de muerte en el mundo (un tercio se debe a los medicamentos psiquiátricos), su eficacia resulta cada vez más cuestionable. El doctor Bouso mencionó que estos compuestos no se muestran más eficaces que el placebo y que las personas que toman antidepresivos tienen quince veces más probabilidades de suicidarse. Señaló a su vez que estos medicamentos se prescriben para indicaciones tan amplias como dolor crónico, abuso de drogas, trastornos alimenticios y de la ansiedad, u obesidad, entre otras.
Mientras se medicaliza a la población, sabemos que la soledad afecta mucho más, alcanzando el nivel de pandemia global, según la OMS. En este contexto, resulta paradójico que los diez países más felices es donde se producen más suicidios, y también se consumen más antidepresivos e hipnosedantes. Frente a la salud mental entendida como que a nuestro cerebro le ocurre algo o hay un conflicto intrapsíquico, el doctor Bouso recordó que las políticas de la división están volviendo a la gente loca: «el discurso político de hostilidad crea alienación y depresión entre la población», afirmó.
El director científico de ICEERS recordó que quizás la inversión debería destinarse a educación y valores, pues la biomedicina se lo está comiendo absolutamente todo y sólo un 5% del presupuesto se destina a salud pública o prevención. «Más allá de la práctica medicalizada, hay que crear nuevos marcos para la reconstrucción de narrativas», añadió. En este sentido, el doctor Bouso subrayó el concepto de autoatención, que va más allá del autocuidado, pues está involucrada toda la comunidad. También recordó que en Naciones Unidas están estudiando deshacerse del modelo biomédico y tener en cuenta factores económicos, políticos, culturales y sociales, trabajando desde la intersectorialidad.
Violencia estructural
La antropóloga Aura Roig, directora de Metzineres, contó la experiencia de su organización, que trabaja atendiendo a mujeres y personas de género no binario con problemas de uso de sustancias. Estos grupos se encuentran con múltiples barreras de acceso a una atención sanitaria de calidad. Acostumbradas a espacios masculinizados, estas personas se sienten muy solas y viven con mucha culpabilidad. Usan cannabis principalmente para reducir el uso de sustancias más peligrosas, como crack, metanfetamina o heroína.
Metzineres aportó a la reducción de daños una perspectiva más holística e individualizada, pues son muchos los factores diferentes que condicionan a las personas y requieren respuestas muy flexibles que se adapten a sus necesidades y expectativas. Las mujeres pueden entrar de manera directa, sin entrevista inicial, y allí cubren sus necesidades básicas (camas, alimentación, enfermeras, juristas, acompañamiento), además de asistir a talleres de teatro, fotografía, danza, y organizar múltiples actividades comunitarias, como encuentros vecinales o paellas semanales en el barrio barcelonés de El Raval, para ayudar a romper el estigma. Se trata de un modelo innovador y atrevido que desarrolla estrategias comunitarias y de economía social y solidaria en un lugar privilegiado como Cataluña.
Desde el amor incondicional y la ternura radical, sin juicios, Metzineres reivindica la resiliencia colectiva, el coraje travieso, el activismo de los cuidados, la complicidad y el apoyo mutuo, siempre con un compromiso antiprohibicionista, desde la transdisciplinariedad basada en evidencia, y con mucha pasión transformadora. Estas mujeres elaboran y adaptan respuestas compasivas a realidades complejas y cambiantes.
Metzineres recibe entre 30 y 40 visitas diarias, de las cuales el 42% vive en la calle, el 46% tiene algún diagnóstico de salud mental y el 33% practica sexo por supervivencia. Todas ellas han sobrevivido a situaciones de violencia, tanto en la infancia como en la edad adulta. Y no sólo violencia física, sino también una gran violencia institucional o estructural, como el no acceso a vivienda o a atención sanitaria por usar drogas, la violencia derivada de la criminalización, condenas más altas y condiciones de vida muy duras en el ámbito penitenciario.
Entre estos grupos, predomina el policonsumo: cocaína fumada, tabaco, cannabis, alcohol, heroína inyectada, etc. Sin juzgar o problematizar su consumo, en Metzineres se les muestran otras vías de reducción de riesgos, como un folleto sobre cannabis que van a editar próximamente, dando valor a sus propios conocimientos y aportando consejos útiles que puedan incorporar a sus vidas cotidianas.
Cannabis y salud mental en la prisión
Por último, Raúl Jiménez, educador social en el Centro de Atención y Seguimiento (CAS) en Drogodependencias del centro penitenciario de Brians, presentó un estudio, realizado en colaboración con ICEERS, que exploraba los usos del cannabis en la prisión. En él ha jugado un rol determinante el proyecto de Agentes de Salud, iniciado en 2007, que consiste en una formación de cuatro meses, voluntaria y confidencial, donde se trabaja de forma horizontal, deconstruyendo el rol de educador y transformándolo en facilitador de espacios. Aquí, las experiencias y conocimientos de los propios reclusos son los que van generando los diferentes procesos. Se trata de crear un espacio de diseño e implementación de proyectos de promoción de la salud en el entorno penitenciario, con relaciones más democráticas, de respeto, seguridad y confianza. El grupo genera convivencia, sentimiento de pertenencia y bienestar, y los usuarios tienden a repetir.
Según Jiménez, «las sociedades agrupadas tienden a ser sociedades menos enfermas: si la gente se une, tendrás que ir menos al médico». Asimismo, recalcó que el hecho de poder participar en decisiones que les afectan de manera directa mejora la salud de la población penitenciaria, por lo que en Brians apuestan por la cultura, el deporte, las asociaciones y los grupos humanos.
No obstante, la temática del uso de cannabis es sólo una de las que vienen desarrollando en el centro. Otras líneas de trabajo abarcan la sexualidad, la familia o el consentimiento en las relaciones sexuales íntimas. El proyecto del cannabis surgió por iniciativa de los propios Agentes de Salud, quienes aportaron conversaciones, crearon los grupos, ayudaron a diseñar el cuestionario y consiguieron a los entrevistados, participando así activamente en un proceso de aportación de conocimiento científico.
El cuestionario evaluó el estado de salud y calidad de vida, el apoyo social, la vida en la cárcel y el uso de cannabis. De las 63 encuestas, la mayoría eran hombres y consumían hachís, con una estancia media de cinco años en la cárcel, y más del 50% habían tenido problemas de drogas. La edad media de inicio del consumo se situaba en los 14 años, y consumían en promedio unos tres porros al día. Uno de los descubrimientos más interesantes fue que el único factor que servía como predictor de la salud fue el apoyo social. Los resultados mostraron que el cannabis les ayudaba a reducir el estrés de la vida en la cárcel y a mejorar su calidad de vida, evitando consumir otras drogas y medicamentos.
Involucrar a la población investigada
En la ronda de preguntas, Bouso señaló cómo las culturas siempre han sido objeto pero nunca sujeto de las investigaciones, pues éstas se realizaban sin tener en cuenta sus necesidades, por lo que resulta muy necesario iniciar procesos metodológicos en los que se involucre a la propia población investigada. Aura, por su parte, opinaba que «en la cárcel habría que crear un club cannábico para dar acceso a los mismos estándares de salud que fuera de la prisión». Uno de los compañeros de Raúl recordó que el papel de fumar sigue entrando en las prisiones catalanas, a pesar de su prohibición, la cual provoca que en ocasiones hagan uso de bolígrafos o botellas para consumir cannabis.
Respecto a las repercusiones que ha tenido la publicación del estudio y su amplio eco mediático, Miriam Imbernón, otra de las investigadoras, reconoció que ha sido muy potente y ha tocado sensibilidades. «Salir en los medios no es inocuo, siempre es una bomba, como lanzar una granada de mano al centro del poder», añadía Bouso.
Posteriormente, Aura Roig recordó que Metzineres nació en plena polémica de los mal llamados «narcopisos» o pisos de consumo, que cumplen una función social. Muchas de las personas que atienden se dedican al menudeo o trabajan como personal en los pisos de consumo. Por eso resultan tan importantes las técnicas comunitarias, pues llegan a estos lugares y pueden trasladar allí estrategias de reducción de daños, como llevar encima naloxona, papel de plata o jeringuillas. «Lo que estamos viendo al final del día es un montón de trauma», añadió, recordando que entre el 80 y el 90% son víctimas de la política de drogas.
Bouso, por su parte, se mostró pesimista respecto a la regulación, que cree que será muy limitada y medicalizada. «El paradigma de la medicalización lo está engullendo todo: sólo hay estas dos vías, medicalización y castigo», puntualizó.
Respecto a cómo animar a la comunidad científica a involucrar más a las mujeres y personas de género no binario, Aura denunció la investigación extractiva, sin devolución, proponiendo en su lugar investigaciones desde la base, donde las propias mujeres participen en el diseño como testigos expertos y una forma directa de generar evidencia, no sólo testimonial.
Finalmente, la doctora Mery Peña, vicepresidenta de la Sociedad Clínica de Endocannabinología, reseñó que «la resiliencia sólo puede ser colectiva», recordando la importancia del efecto séquito, «un concepto que habría que aplicar más a nuestras construcciones sociales».
El calendario de los próximos seminarios se puede encontrar visitando el sitio web de Campus Cannabmed.