Sam Gandy
Existe el consenso generalizado de que hemos entrado en la sexta extinción masiva de la vida en este planeta, debido enteramente a las acciones humanas sobre la biosfera y la naturaleza. La publicación del informe de la Intergovernmental Science-Policy Platform on Biodiversity and Ecosystem Services (IPBES) en mayo de 2019 —considerada la evaluación más completa de su tipo— resulta una lectura deprimente.
Elaborado por 145 autores expertos de 50 países que evaluaron los cambios en los últimos cincuenta años, el informe concluyó que la naturaleza está disminuyendo a un ritmo sin precedentes en la historia de la Humanidad, con la degradación ecológica y las tasas de extinción de especies acelerándose, con más de un millón de especies amenazadas de extinción en estos momentos. Esto tiene implicaciones nefastas para la biosfera en general, así como para la supervivencia de nuestra especie, con un cambio fundamental y transformador desde la escala local a la global, que ahora resulta esencial para revertir esta nefasta tendencia.
Curiosamente, las únicas zonas que no están sufriendo una degradación ecológica son las habitadas y gestionadas por los pueblos indígenas. Un rasgo común que une a los grupos indígenas de todo el mundo es que tienden a estar muy conectados con la naturaleza y a proteger en gran medida el entorno que les rodea. También tienden a vivir una existencia más centrada en el grupo o en la comunidad, viviendo existencias menos individualistas y egoístas que nosotros en el mundo occidental. Nuestra desconexión con la naturaleza parece haber comenzado una vez que pasamos de ser cazadores recolectores a convertirnos en agricultores, lo que cambió fundamentalmente la forma en que nuestra especie percibía e interactuaba con el mundo natural.
Esta desconexión parece haberse acelerado en el último medio siglo, catalizada por la creciente urbanización y nuestra cada vez más profunda interconexión tecnológica. Resulta preocupante que, a medida que esta interconexión tecnológica se profundiza, se produzca una desconexión inversa con el mundo natural.
Algunos grupos indígenas han empleado durante mucho tiempo sustancias psicodélicas de su entorno como agentes de adivinación y curación. Entre ellas se encuentran plantas como la ayahuasca, especies de cactus que contienen mescalina, plantas morning glory ricas en amida de ácido lisérgico, iboga, Salvia divinorum, una serie de rapés ricos en DMT y varias especies de hongos psilocibios. Investigaciones recientes han descubierto que los psicodélicos pueden provocar aumentos duraderos y a largo plazo en la conexión de la persona con la naturaleza (o la relación con la naturaleza) después de la experiencia, lo que tiene importantes implicaciones en el ámbito del individuo y para la biosfera en general.
Existe un importante conjunto de investigaciones que demuestran que los altos índices de conexión con la naturaleza están fuertemente correlacionados con la reducción de los niveles de ansiedad, una mayor felicidad, el sentido de la vida y la vitalidad, y la mejora del bienestar psicológico. La conexión con la naturaleza también se considera uno de los predictores más fuertes del comportamiento pro-ecológico, superando todas las demás variables probadas. Parece que se necesita una conexión emocional y empática con la naturaleza para motivar el cambio de comportamiento, y que la preocupación surge como un efecto secundario de esta conexión más profunda.
En este sentido, los psicodélicos pueden considerarse agentes potenciadores de la biofilia. La biofilia, un término acuñado por el biólogo E. O. Wilson, se refiere a nuestro amor innato por la naturaleza, o a «las conexiones que los seres humanos buscan inconscientemente con el resto de la vida». Nuestra especie ha pasado el 99,9% de su existencia viviendo en entornos naturales, para los que nuestra fisiología y psicología está adaptada. Los psicodélicos no son imprescindibles para aumentar los sentimientos de conexión con la naturaleza… La sola experiencia sensorial física de estar en la naturaleza es suficiente para potenciarla. Sin embargo, no todo el mundo tiene la suerte de haber crecido con acceso a la naturaleza, y sin esto puede faltar la conexión. Parece que el potencial de los psicodélicos puede ser el de aumentar la conexión con la naturaleza en personas que están muy desconectadas de ella, y, de este modo, desempeñar un papel en la conversión de los «escépticos de la naturaleza».
Los sentimientos de interconexión con la naturaleza, de formar parte de ella, parecen constituir una faceta primordial de la experiencia psicodélica, descrita una y otra vez en los informes de experiencias, en las encuestas de investigación y en los principales relatos históricos de las primeras experiencias psicodélicas. En una encuesta realizada a 150 consumidores de psicodélicos, todos ellos declararon un aumento de la conexión con la naturaleza tras sus experiencias psicodélicas. Hay una serie de estudios correlativos que demuestran que los usuarios de psicodélicos tienden a albergar un alto grado de conexión con la naturaleza, y en una muestra de pacientes con depresión mayor sometidos a terapia con psilocibina, las medidas de conexión con la naturaleza seguían siendo elevadas entre 7 y 12 meses después de la experiencia. Fue interesante observar que los pacientes con depresión no reconocieron su desconexión con la naturaleza hasta después de sus sesiones de psilocibina, cuando parece que se les recordó la importancia de esa conexión.
En otro estudio que reunía datos de participantes sanos sometidos a sesiones de psilocibina, más de un tercio de los participantes en el estudio informaron de un cambio duradero en su relación con el medio ambiente entre 8 y 16 meses después. Curiosamente, un seguimiento del famoso Experimento del Viernes Santo, en el que se administró a estudiantes de teología de Harvard una dosis alta de psilocibina o un placebo, descubrió que cuando se entrevistó a los participantes del estudio entre 24 y 27 años más tarde, uno de los temas comunes que surgieron de las entrevistas fue una apreciación duradera y profunda de la vida y la naturaleza tras sus experiencias con la psilocibina.
Un reciente estudio a gran escala descubrió que la experiencia de toda la vida con psicodélicos clásicos (pero no con otras sustancias) predecía fuertemente el compromiso autodeclarado con el comportamiento proambiental, y esto se explicaba en gran medida por la autoidentificación de las personas con la naturaleza, o la relación con la naturaleza. Las investigaciones realizadas hasta ahora sugieren que el aumento a largo plazo de la relación con la naturaleza está vinculado a la experiencia de disolución del ego, en la que una red cerebral conocida como red neuronal por defecto (que se cree que es un componente fundamental de la base neural del ego o sentido del yo) se relaja y desactiva. Esto parece dar lugar a la disolución de los límites percibidos entre el yo y el otro, lo que da lugar a una perspectiva ampliada de la superposición de la naturaleza del yo. Resulta intrigante que el recuerdo de este cambio de perspectiva parezca ser duradero, especialmente teniendo en cuenta que gran parte de los estudios de investigación psicodélica relacionados con el aumento de la relación con la naturaleza entre los participantes se llevan a cabo en entornos clínicos y alejados de la naturaleza.
Sólo podemos conocer la capacidad potencial de los psicodélicos para (re)conectar a la gente con la naturaleza si las sesiones psicodélicas monitorizadas se realizaran en entornos naturales.
El cambio de perspectiva catalizado por la experiencia de la disolución psicodélica del ego parece similar a lo que se conoce como el efecto de perspectiva, un cambio cognitivo que muchos astronautas reportan cuando ven la Tierra desde el espacio. Esto se ha descrito como «experiencias verdaderamente transformadoras que implican sensaciones de asombro y admiración, unidad con la naturaleza, trascendencia y hermandad universal», y muchos astronautas se convierten en apasionados ecologistas a su regreso a la Tierra.
La experiencia de asombro, la respuesta emocional a vastos estímulos que trascienden los marcos de referencia actuales, o la sensación de ser un «pequeño yo» en relación con algo mucho más vasto, parece ser un componente importante de la experiencia de la naturaleza, las experiencias psicodélicas y el efecto de perspectiva que reportan los astronautas. Aunque no es probable que mucha gente tenga la oportunidad de ir al espacio en un futuro inminente para ver la Tierra y experimentar el citado efecto por sí mismos, parece que los psicodélicos pueden ofrecer una ruta alternativa a un punto de vista transformador similar.
También se ha descubierto que los psicodélicos mejoran la conexión en un sentido más amplio… con uno mismo, con los demás y con el mundo en general. La sensación de desconexión está relacionada con una mala salud mental, incluida la depresión. Un estudio que exploró la eficacia de la terapia con psilocibina para el tratamiento de la depresión severa descubrió que de las 17 de 20 personas que respondieron en diversos grados, todas describieron de forma independiente sentimientos de desconexión asociados a su experiencia de depresión, y que la psilocibina había funcionado, al menos en parte, mejorando su conectividad consigo mismas, con los demás y con el mundo en general.
Se ha comprobado que los psicodélicos como la psilocibina producen un aumento duradero de la apertura de los rasgos de personalidad. Esto se asocia con la apreciación de nuevas experiencias y la estética, la imaginación, la creatividad y el hambre de conocimiento. Antes de esta investigación, se pensaba que los rasgos de la personalidad se fijaban a la edad de 30 años, y se consideraba que la apertura disminuía con la edad. Además, de todos los rasgos de la personalidad, la apertura parece ser uno de los predictores más fuertes de la conexión con la naturaleza y del comportamiento proambiental.
Como dijo Albert Hofmann tan elocuentemente, un año antes de su muerte a la provecta edad de 101 años:
«La alienación de la Naturaleza y la pérdida de la experiencia de ser parte de la creación viviente es la mayor tragedia de nuestra era materialista. Es la razón subyacente de la devastación ecológica y del cambio climático. Por tanto, yo concedo la mayor importancia al cambio de conciencia y confío en los psicodélicos como los catalizadores para alcanzarlo».
Reconectar a los humanos con la naturaleza e identificar cualquier medio a través del cual podamos revertir nuestra desconexión debería considerarse un objetivo común y una prioridad urgente compartida por todos. Como concluyó un grupo de ecopsicólogos en la conferencia Psychology as if the Whole Earth Mattered («La psicología como si toda la Tierra importara») hace treinta años, «si el yo se amplía para incluir el mundo natural, el comportamiento que lleva a la destrucción del mundo se experimentará como autodestrucción».
Dada la capacidad demostrada de los psicodélicos para facilitar esta mayor conexión entre el ser humano y la naturaleza, parecería que su prohibición generalizada no es lo mejor ni para nuestra especie, ni para la biosfera en general. ¿Qué pasaría si, en lugar de vilipendiar estas sustancias, las tuviéramos en la misma alta estima que algunos grupos indígenas? ¿Cuán diferente sería nuestro futuro global en ese caso?
Para asegurar la preservación de la biosfera, necesitamos un cambio psicológico esencial en el ámbito de toda la población… Necesitamos trascender nuestro sentido de separación y recuperar urgentemente el sentido de nuestra conexión con la naturaleza. No creo que haya nada más importante.
Charla del autor, Sam Gandy, en TEDxOxford 2019.
Artículo original de Sam Gandy en Medium.
Foto de Oliver Sjöström en Pexels.