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    Perspectivas – Navegando por la complejidad del mundo etnobotánico a través de puntos de vista personales.

    Artículo original de Carlos Suárez en Kahpi

     

    Los signos de que la ayahuasca silvestre está siendo sobrexplotada para el mercado mundial son evidentes, según coinciden los principales actores de esta industria. «La ayahuasca silvestre se está agotando». «No queda apenas». «Ha sido sobrecosechada». «Estamos preocupados». «Hay escasez». «Ya no se encuentra más ayahuasca gruesa». «En un par de años no quedará ayahuasca silvestre». Recolectores, intermediarios, procesadores y exportadores con base en Iquitos, la capital de la selva peruana, o en las comunidades indígenas cerca de Pucallpa, el otro gran centro de producción, están de acuerdo en que se está recolectando demasiada ayahuasca silvestre. Dicen que la liana ha desaparecido de los alrededores de numerosos pueblos y de las zonas accesibles de la selva, los recolectores tienen que ir cada vez más lejos para conseguirla, los ejemplares comercializados son más jóvenes/delgados, y el precio se ha multiplicado por cuatro en los últimos cinco años. Este artículo examina el preocupante terreno de la recolección de ayahuasca hablando con los principales actores de la industria.

    La guerra comercial

    La liana ya no se encuentra donde antes era abundante. Para encontrarla, hay que ir más y más lejos.

    El holandés con sede en Iquitos Bowie van der Kroon, uno de los primeros en dedicarse al negocio de la exportación de ayahuasca, advierte que, si la extracción continúa a este ritmo, «este producto no estará disponible» en un futuro próximo. Van der Kroon procesa alrededor de una tonelada de ayahuasca por mes. A pesar del aumento de los competidores, su negocio sigue creciendo, y también las consecuencias: la liana ya no se encuentra donde antes era abundante.

    «Tienen que ir cada vez más lejos. Encuentran nuevos lugares en los ríos, los agotan y van al siguiente lote. Cuando llegué aquí había unas cuantas personas que se dedicaban a esto, y había muy pocos centros de retiro, así que podía encontrar fácilmente mis productos cerca. No encontrarás liana de ayahuasca cerca de aquí ahora mismo. Es difícil de encontrar». Desde 2013, los precios que paga se han multiplicado por cuatro, de 1,50 soles por kilo a 6 soles. «Esto es una guerra comercial», dice. «Ahora sólo los que pagan más pueden conseguirlo».

    En los alrededores de Iquitos hay por lo menos setenta albergues o centros de retiro que ofrecen «tratamientos tradicionales» a los extranjeros. Cuestan un promedio de 1.000 dólares a la semana con varias ceremonias de ayahuasca. Algunos de los visitantes se quedan en Iquitos para aprender el chamanismo y cuando regresan a su país necesitan la ayahuasca para llevar a cabo las ceremonias; también la necesitan los muchos ayahuasqueros locales que viajan por todo el mundo compartiendo sus conocimientos y sus ícaros. Es gracias al trabajo de Van der Kroon y otros procesadores, como Jenny Torres o Elizabeth Bardales, que decenas de miles de personas pueden probar la ayahuasca en todo el mundo cada año.

     

    La ceremonia de ayahuasca

     

    El boom de la ayahuasca

    «Cada día que pasa estas plantas desaparecen, hay escasez», dice Elizabeth Bardales, propietaria de Natural Chacruna, una empresa dedicada al procesamiento de plantas medicinales. «Antes no nos traían la ayahuasca más fina, sólo la gruesa, nosotros sólo trabajábamos con ella», explica. El grosor, relacionado con la edad, es una de las variables que determinan la calidad de la medicina resultante. Y aunque las lianas son más delgadas, los precios no han dejado de subir: en 2013 Bardales pagaba 1 sol por kilo, ahora está pagando 6 o 7 soles.

    Bardales comenzó su negocio con una modesta vitrina en el pasaje Paquito, en el corazón del mercado de Belén. «Nuestros clientes son los turistas ayahuasqueros», explica. Dos décadas después, acaba de construir un edificio de tres pisos con un moderno equipamiento que incluye una cocina industrial para convertir la ayahuasca líquida en una pasta sólida. La vende en forma de «ladrillos», que se ha hecho popular desde que Serpost, la empresa de correos peruana, prohibió el envío de ayahuasca líquida en botellas, porque la mezcla fermentaba, creaba gas y explotaba, derramándose sobre otros envíos. Varios pequeños y medianos fabricantes y exportadores pagan a Bardales para que les preste el servicio de solidificación.

    Recolectando ayahuasca: de Iquitos a Pucallpa

    La materia prima que alimenta esta dinámica industria se canaliza cada vez más lejos: Ucayali, Marañón y Napo —los tres grandes ríos que, al unirse cerca de Iquitos, forman el Amazonas— son carreteras acuáticas que conectan los lugares más remotos de la Amazonía peruana. Conectada a estas vías fluviales, Jenny Torres se ha convertido en la mayor vendedora de ayahuasca de la región.

    Hasta dos toneladas de ayahuasca, generalmente cosechada en forma silvestre, llegan cada mes a su tienda en el pasaje Paquito. Ella la revende fresca a los albergues y procesadores, o la procesa ella misma y la vende triturada, en líquido o, sobre todo, en forma de ladrillo sólido. Torres dice que en los últimos años la producción para Iquitos se mantiene estable, mientras «el negocio de extractos sólidos para la exportación se está expandiendo». Produce 40 kilos de ladrillos al mes.

    En sus primeros años de actividad, la ayahuasca que Torres procesaba provenía de las cuencas del Napo y del Marañón, tradicionalmente vinculadas a Iquitos. Pero ahora, dice Torres, «hay veces que no hay suficiente. Es más difícil conseguir ayahuasca que antes». La solución es ir más lejos: cinco días y cinco noches de navegación fluvial, hasta el lago Imiría, más allá de Pucallpa, en el Alto Ucayali, donde la ayahuasca aún abunda en estado «natural».

    Pueblos sin medicina

    Keymer Noriega, de 24 años, es un procesador de ayahuasca de Limonjema, una comunidad shipibo a orillas del Ucayali. Desde 2013 ha estado preparando el remedio para la exportación. Tiene clientes en Estados Unidos, España y Costa Rica (países en los que se celebran muchas ceremonias de ayahuasca). Actualmente, Noriega exporta quince kilos de ayahuasca sólida al mes. Paga 8 soles por kilo de ayahuasca; cuando empezó, hace seis años, pagaba 1,50 soles.

    No sólo han cambiado los precios, sino también el origen de la liana. «Solía comprar en mi pueblo o en pueblos cercanos», recuerda Noriega, «pero compré todo lo que había». Ahora va a los revendedores de Pucallpa: «Lo traen de Imiría, donde hay mucho y es silvestre». Noriega se declara preocupado: «Me cuesta mucho conseguirla. Cada día que pasa parece más que no hay ayahuasca».

    En 2016, el shipibo Segundo Rengifo, que cocinaba el brebaje para un famoso albergue de Iquitos, viajaba mensualmente a Imiría para comprar personalmente a los recolectores. Entre 2013 y 2016 el precio de la ayahuasca cruda se duplicó. «Ahora no está cerca, sino lejos», explicó Rengifo. «Mucha gente la recolecta y los extranjeros también la buscan y ya casi no hay ayahuasca». En cuanto al aumento de los precios, y además de la dificultad de encontrar las plantas, señaló otro factor: «La gente que la recolecta se ha dado cuenta del calibre del negocio y nos cobra más».

    En su artículo «Ayahuasca Vine Harvesting in the Perunian Amazon», Chris Kilham informa acerca de la intensa actividad extractiva en Imiría, donde aún existen grandes reservas de ayahuasca silvestre. Sin embargo, en uno de los pueblos del lago, Caimito, un aldeano le dijo que «solía haber mucha ayahuasca alrededor de Caimito, pero la mayor parte se cosechó y se vendió».

    En la cercana aldea de Junín Pablo, Kilham se reunió con un grupo de investigadores centrados en la sostenibilidad de la extracción de la ayahuasca: «De acuerdo con los cuatro», escribe Kilham, «en 2017, trazaron varias parcelas de bosque de 2-3 hectáreas alrededor del Lago Imiría, y marcaron un número de lianas de ayahuasca en esas parcelas. Este año, volvieron a registrar el tamaño y el crecimiento de las lianas. Cuando volvieron a visitar las parcelas, el equipo descubrió un elevado nivel de cosecha. Desaparecieron más lianas etiquetadas de las que quedaron».

    plantar ayahuasca

    Una invitación a plantar

    Los actores de esta actividad comercial son conscientes de su impacto negativo en la liana de ayahuasca, Banisteriopsis caapi. Van der Kroon tiene sentimientos encontrados: llegó a Iquitos con un problema de drogadicción y encontró la curación gracias a la ayahuasca: «Todo el mundo tiene derecho a experimentar esta medicina», sostiene, al tiempo que pide a los proveedores que planten ayahuasca, algo que hizo en su granja, con amargo éxito: le robaron las plantas cuando estaban maduras.

    Elizabeth Bardales, propietaria de Chacruna Natural, pide un «cambio de mentalidad»: «Si no plantamos ayahuasca, será carísima, consumiremos lianas muy finas, y eventualmente desaparecerá. A todos los proveedores les decimos: «Por favor, planten»». Y concluye: «No es una planta inagotable».

    Pero existe una brecha cultural entre el llamamiento de Van der Kroon y Bardales y la dinámica propia de las aldeas locales, que tradicionalmente plantan cultivos de maduración anual para el autoconsumo, mientras que una plantación de ayahuasca es un monocultivo que requiere un largo ciclo productivo y una orientación a la venta. Por esa razón, la mayoría de las plantaciones de los alrededores de Iquitos están en manos de extranjeros.

    Plantando para devolver

    En los tres años que José Sáenz ha sido propietario y gerente del Arkana Spiritual Center, ha notado una disminución en la calidad de las lianas. «Son más jóvenes, de menor calidad, y el precio está subiendo, lo que indica que hay una verdadera escasez debido a la proliferación de los centros». Hay aproximadamente 70 centros de ayahuasca que operan actualmente en los alrededores de Iquitos para clientes internacionales.

    Los chamanes que trabajan en Arkana son shipibos del río Pisqui, cerca de Pucallpa, y también son conscientes de la sobrexplotación. «En el pasado, en nuestra comunidad íbamos al bosque y encontrábamos ayahuasca», dice el «sabedor» onanya César Pérez. «Pero ahora la ayahuasca silvestre se está agotando porque hay mucha gente que trabaja con la medicina, hay extranjeros que trabajan con la ayahuasca». Y advierte: «Sabemos que en el futuro la medicina desaparecerá si no plantamos. Entonces, ¿con qué vamos a trabajar?».

    «Estamos cosechando #ayahuasca a un ritmo alarmante» Cultivadores, recolectores y distribuidores hablan de la explotación de la ayahuasca y de lo que ello significa para el futuro de esta medicina sagrada. Clic para tuitear

    «Es una responsabilidad ética y moral hacer algo. No podemos simplemente cosechar las lianas con la ficción de que es un recurso inagotable», dice Sáenz. Para abordar el problema, inició un ambicioso plan de plantación en Vencedor, la aldea de donde proceden los chamanes de Arkana. La comunidad cedió cincuenta hectáreas de tierra a Sáenz para plantar ayahuasca. A un grupo de locales se les paga para mantener y expandir la plantación que abastecerá a Arkana en el futuro.

    El Temple of the Way of Light, otro albergue cerca de Iquitos, ha desarrollado el proyecto Ayahuasca Ayni: la siembra de miles de plantas de ayahuasca y chacruna con el objetivo de ser autosostenible. En palabras de Debbie Rivett, gerente del centro: «Uno de los pilares de cómo trabajamos aquí es la reciprocidad, y como hemos recibido tanto de esta medicina, la manera más importante de devolver es replantando, asegurándonos de que devolvemos a la medicina».

    Producción insuficiente

    Actualmente, la contribución de las plantaciones al total de la ayahuasca procesada es mínima. Un ejemplo de esta insuficiencia está representado por el caso de Abraham Guevara, que tiene una de las mayores plantaciones alrededor de Iquitos. Casado con una local, Guevara llegó de los Andes en los años ochenta. Vive cerca de donde el río Mazán desemboca en el Napo, una cuenca de la que se ha cosechado la ayahuasca para abastecer el negocio. «Por aquí había ayahuascas de cincuenta años de edad, pero hoy en día ya no se encuentra ese tipo de ayahuasca».

    Guevara recuerda que, durante años, varios comerciantes viajaban en barco por el Napo, de una comunidad a otra, en busca de especímenes gruesos. «En el año 2000, ya tenía algo de ayahuasca que mis hijos vendían para comprar sus cuadernos y caramelos. Conseguían 15 soles o 20 soles por saco [aproximadamente 30 kilos] y eran felices. «No le dimos ninguna importancia», dijo Guevara. Para 2010 el comercio de la ayahuasca se intensificó y, gracias a la sugerencia de un exportador, Guevara comenzó a plantar sistemáticamente; hoy su plantación cuenta con varios miles de ejemplares pero, a pesar de su dedicación, la producción no resulta suficiente para satisfacer la demanda de su principal y casi único cliente, Elizabeth Bardales.

    Bonanza

    Nunca ha habido más ayahuasca a la venta que ahora, lo que tiene una consecuencia inquietante: la sobrexplotación. No es la primera vez el Amazonas es víctima de la extracción sistemática de un recurso natural para abastecer el mercado mundial. Estas llamadas bonanzas comenzaron justo después de la llegada de los europeos en el siglo XVI y se intensificaron en el siglo XIX cuando las máquinas de vapor permitieron que los barcos llegaran fácilmente a toda la cuenca del Amazonas. Así, el árbol de quina y la zarzaparrilla fueron diezmados por sus propiedades medicinales, las tortugas y los manatíes por su carne y grasa, los jaguares y los caimanes por sus pieles, los cedros y la caoba por la madera. ¿Será éste también el destino de la Banisteriopsis caapi?

     

    Carlos Suárez

    Carlos Suárez

    Carlos Suárez Álvarez es etnógrafo especializado en los pueblos indígenas de la Amazonia. Ha publicado la etnografía La Edad del Desarrollo, y la trilogía «Ayahuasca», compuesta por el fotolibro Ayahuasca entre dos mundos, Ayahuasca, amor y mezquindad, y Ayahuasca, Iquitos y Monstruo Voraz.

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