Iñaki Berazaluce | 18 julio 2024
La ibogaína, uno de los principios activos de la iboga, estuvo disponible como medicamento en las farmacias de Francia cuarenta años antes que la LSD. Se trata de una historia poco conocida que compartió José Carlos Bouso, director científico de ICEERS, en la reciente conferencia Horizons PBC, celebrada en Nueva York. Bouso presentó durante su ponencia los resultados del pionero estudio clínico con ibogaína para la dependencia a los opioides, que ICEERS ha concluido recientemente. Este estudio suscitó gran interés entre los presentes, en tanto Estados Unidos sufre una crisis de salud pública sin precedentes causada por opioides sintéticos como el fentanilo. Una auténtica «guerra», en palabras de José Carlos Bouso, que la ibogaína puede ayudar a mitigar.
¿Por qué resulta innovador el estudio con ibogaína que acaba de culminar ICEERS?
Este estudio es innovador porque, aunque existe mucha evidencia anecdótica basada en estudios observacionales, hasta la fecha no se había realizado un ensayo clínico aleatorizado, controlado y de doble ciego, el estándar en ciencias de la salud. Éste ha sido el primer estudio de este tipo realizado con pacientes dependientes de un opioide difícil de abandonar, como la metadona.
Horizons en Nueva York
Como mencionaste en tu charla en Horizons, las propiedades de la ibogaína para tratar los trastornos por uso de sustancias son conocidas desde hace mucho tiempo.
Ciertamente. Ahora hablamos del «renacimiento psicodélico», pero los psicodélicos estuvieron disponibles para la práctica psiquiátrica desde los años cincuenta, y la ibogaína fue el primer alucinógeno disponible en farmacias en Francia hace más de un siglo. Y no sólo en Francia: el uso médico de la ibogaína saltó también a algunos países latinoamericanos, como Colombia, Brasil o México. De hecho, el primero que utilizó ibogaína para la desintoxicación fue un psiquiatra mexicano, Enrique Aragón, para tratar un caso de alcoholismo. Este hecho ha sido rescatado por nuestro colega Genís Oña, que revisó la literatura científica no inglesa desde principios del siglo XX hasta mediados de los años setenta.
Y ahí se topa con este primer medicamento que contiene ibogaína…
Así es, en Francia se había comercializado bajo el nombre de Lambrene (una ciudad de Gabón) para el tratamiento de la astenia, algo así como un estado de ánimo depresivo y falta de energía, entre los años 39 y 70 del siglo pasado, pero en realidad hubo otras compañías farmacéuticas que comercializaron la ibogaína con otros nombres para distintos usos. Toda esa historia resulta muy desconocida pero, por resumir, efectivamente la ibogaína fue el primer alucinógeno comercializado en el mundo, antes del boom de la LSD y la psilocibina, las cuales, por cierto, no están comercializadas. El único alucinógeno comercializado hoy en día es la ketamina. La ibogaína se dejó de comercializar cuando apareció la histeria antialucinógena que hoy, afortunadamente, está revirtiendo.
La literatura en francés, castellano y otros idiomas distintos al inglés ha sido eclipsada por la ciencia anglosajona.
Exactamente. No sólo para la ibogaína, sino para los psicodélicos en general. En los años cincuenta, tras el descubrimiento de la LSD, hubo una literatura en español revisada por Juan Carlos Usó, que compartió en su libro Spanish Trip. También se produjo un uso significativo en Argentina y Chile. Por no hablar de toda la literatura en alemán. Sin embargo, la narrativa dominante es la anglosajona, ignorando la contribución científica de otros países.
Farmacología
¿Qué peculiaridad tiene la ibogaína a nivel farmacológico que la hace tan especial?
No lo sabemos con certeza, pero sabemos que actúa en múltiples dianas, siendo lo que se denomina un «fármaco sucio» que interactúa con varios sistemas: serotoninérgico, noradrenérgico, opiáceo, etc., lo que podría explicar sus efectos en la reducción del síndrome de abstinencia. Además, se cree que puede liberar factores de crecimiento neuronal como el BDNF.
¿Cómo se reflejan estos mecanismos de acción en los resultados del estudio?
El estudio ha mostrado dos efectos principales: la eliminación del síndrome de abstinencia y la reducción de la tolerancia. Aunque no conocemos el mecanismo exacto, hemos comprobado que existe una relación directa entre el tratamiento con ibogaína y estos efectos.
¿Puedes explicar esto con más detalle?
La ibogaína es el único psicodélico que cumple con el modelo bacteriológico, en el que existe una relación unívoca entre el tratamiento y la curación. Si tienes una infección y te tomas un antibiótico, si el antibiótico es eficaz, te curas. A medida que nos vamos alejando del modelo bacteriológico, la relación de univocidad entre el tratamiento y la curación va disminuyendo. En psiquiatría, esta relación no existe. Sin embargo, con la ibogaína, hemos observado que puede eliminar el síndrome de abstinencia y reducir la tolerancia en personas con dependencia a opioides, algo que no se logra con los tratamientos convencionales.
¿Los veinte pacientes del estudio piloto ya no necesitan tomar ibogaína nuevamente?
En absoluto. La ibogaína sirve para eliminar el síndrome de abstinencia y revertir la tolerancia a los opioides. Lo que sucede es que, al contrario que la heroína, la metadona tiene una vida media muy larga, por eso utilizamos dosis bajas en las que progresivamente vamos disminuyendo la dosis de metadona. Aquí hay dos factores: el primero es la reducción de la tolerancia, y el segundo, y más importante, la eliminación del síndrome de abstinencia.
Ibogaína y crisis de opioides en EE UU
¿Crees que la ibogaína puede ayudar a mitigar la crisis del fentanilo y otros opioides de síntesis en Norteamérica?
Por supuesto. Puede ayudar, pero ya en el último eslabón de la cadena, en el de la desintoxicación cuando se ha establecido una dependencia. El problema del fentanilo no es un problema de la sustancia, es un problema de las políticas públicas sobre drogas y sanitarias. Aquí en España no hay un problema con el fentanilo, ni parece que vaya a haberlo en el corto o medio plazo. Se trata de un problema principalmente de Estados Unidos y Canadá, si bien está empezando a extenderse también en Latinoamérica, sobre todo en el norte de México, porque es donde están buena parte de las fábricas de producción.
¿Dónde crees que radica el problema?
El principal problema que hay con el fentanilo es el sistema de criminalización de las drogas en Estados Unidos. El segundo problema probablemente es esta sanidad privada en la que se recetaron muy alegremente opioides, sobre todo después de los atentados del 11-S, cosa que aquí no ocurre. Aquí hay una práctica médica bastante racional con los opioides, lo que impide que se produzcan dependencias iatrogénicas, que es lo que ha sucedido en Estados Unidos. Allí tampoco hay programas de reducción de riesgos, que incluso están prohibidos en muchos Estados. Por tanto, la ibogaína puede ser una herramienta interesantísima pero en el tratamiento de la dependencia, cuando el daño ya está hecho.
En Horizons, mi charla despertó tanto interés porque en Estados Unidos la crisis del fentanilo es como una guerra. En todas las familias ha habido un muerto. Hay una asociación de madres que han perdido a sus hijos por el fentanilo y que quieren reivindicar la utilización de ibogaína para mitigar esta crisis. Yo creo que la ibogaína puede ayudar a resolver la crisis, pero no el problema en sí, que es de naturaleza sociopolítica, de políticas públicas y de políticas sanitarias. Lo que no puede es revertir una crisis en la que están muriendo doscientas personas cada día.
Es decir, la ibogaína puede formar parte de la solución a la crisis de opioides pero no ser toda la solución.
Kentucky fue el primer Estado que propuso la utilización de ibogaína, aunque luego se rechazó. Y ha sido casi mejor que haya sido así. La ibogaína no puede considerarse solamente desde una perspectiva medicalizadora, y en Kentucky querían que fuese así, porque están prohibidos los programas de reducción del daño. Un programa de utilización de ibogaína debe venir acompañado necesariamente de un programa de reducción de daños, porque el problema de la adicción, aunque suene frívolo decirlo, es el menor de los problemas. El problema es que muchos adictos están recurriendo al mercado ilegal, y si no sabes lo que estás consumiendo, cualquier droga es peligrosa, especialmente una droga que puede producir sobredosis a dosis tan mínimas como las del fentanilo.
Y que está siendo introducida para cortar otras drogas.
Así es en Estados Unidos. Ahora muchos grupos que trabajan en reducción de riesgos en Estados Unidos reparten kits de análisis de fentanilo, porque no solamente el fentanilo se está vendiendo como heroína, sino que hay muchas drogas ilegales, como la MDMA o la cocaína, que vienen cortadas con fentanilo, lo que supone una auténtica barbaridad, supongo que para generar adictos al fentanilo. El aumento de muertes se explica precisamente por esto, porque la diferencia entre la dosis activa y la dosis letal es muy pequeña. Entonces, si te abasteces de opioides en el mercado ilícito, las probabilidades de sobredosis son muy elevadas.
Es un mercado dejado en las manos del crimen organizado, sin una atención al usuario en términos de políticas públicas descriminalizadoras y basadas en la reducción del daño y en establecimiento de programas de atención comunitaria. Un enorme problema en Estados Unidos que desgraciadamente va globalizándose también, y cuyas consecuencias son dramáticas en muchos sentidos, y en el de la crisis del fentanilo en particular: la pérdida de vínculos comunitarios.
¿Qué interés despertaba entre el público y los periodistas de Estados Unidos tu intervención en Horizons?
En Estados Unidos tienen un problema gigante y no es un problema nuevo. A mí lo que me produce estupefacción es que sea ahora cuando se habla de él, pero llevan diez años por lo menos, diez años en los que se vienen muriendo doscientas personas al día, lo que convierte a los opioides en la primera causa de muerte en Estados Unidos por encima de los accidentes de tráfico. Como digo, es como una guerra en la que todo el mundo ha perdido algún familiar, con lo cual existe un enorme interés en aferrarse a cualquier posibilidad de solución.
¿Cuáles son los próximos pasos en lo que concierne a ICEERS en el estudio médico de la ibogaína?
Después de la charla de Horizons nos han contactado algunas empresas y fundaciones de Estados Unidos interesadas en hacer estudios clínicos en España con pacientes adictos al fentanilo de aquel país. Ya veremos. Hasta ahora hemos trabajado con dosis bajas, de hasta 600 miligramos. A mí me gustaría utilizar el mismo protocolo para dar una dosis alta e inducir una experiencia psicológica, que es lo que se ha venido haciendo tradicionalmente. De este modo, podríamos comprobar cuál es el papel de la experiencia psicológica de la ibogaína en la deshabituación de opioides a largo plazo. También me gustaría explorar cómo esto se integra con el conocimiento tradicional relacionado con la iboga. Acabamos de terminar este estudio y ahora estamos analizando los resultados, que serán los que dictarán los próximos pasos a seguir. Como fin último, me gustaría que la ibogaína estuviera disponible en los sistemas públicos de salud catalanes y españoles sin que haya detrás una gran compañía farmacéutica y por tanto el gasto sanitario que produzca sea racional. Vamos a explorar las vías. Uno de los trabajos que estamos haciendo es comparar el coste de un tratamiento con ibogaína frente al coste de que una persona esté de por vida en tratamiento con metadona. El futuro está por hacer, pero estamos empezando a construirlo.
Fotografía de portada: Pickpik.
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