En 1955, el banquero R. Gordon Wasson, un estudioso amateur de los hongos, fue introducido por la chamana mazateca María Sabina al ancestral teonanácatl, el hongo psilocibe, llamado ‘nti-si-tho en mazateco, «el pequeño que crece hacia arriba». María Sabina se refería a ellos como los «niños santos». Wasson quedó profundamente impresionado por su experiencia con los hongos. El banquero habló de éxtasis, del vuelo del alma fuera del cuerpo, de penetrar en otros planos de la existencia, flotar frente a la Divina Presencia, asombro y reverencia, amabilidad y amor, la presencia de lo Inefable, la presencia de lo Último, la extinción ante el resplandor divino. Escribió que el hongo liberó su alma para volar con la velocidad del pensamiento a través del tiempo y el espacio. El hongo, aseguró, le permitió conocer a Dios.
La descripción de Wasson cae fácilmente en conceptos como éxtasis, asombro, vuelo del alma, Divina Presencia, conocimiento de Dios… la misma panoplia de conceptos europeos que utilizó Mircea Eliade. Pero la propia María Sabina no podía entender nada de esto: «Es cierto que Wasson y sus amigos fueron los primeros extranjeros que vinieron a nuestra ciudad buscando los niños santos y no los querían conocer porque sufrieran enfermedad alguna. Su motivo era que querían buscar a Dios».
Y ninguno de ellos, por supuesto, tiene nada que ver con los usos que los indígenas hacen del hongo, cuyo propósito era curar a gente enferma haciéndola vomitar, entre otras cosas. Añade María Sabina: «Antes de Wasson nadie tomaba los hongos sólo para buscar a Dios. Siempre los tomaban los enfermos para sanarse». Para buscar a Dios, Sabina —que se consideraba católica— iba a misa.
Cuando Sabina ingería los niños santos, el espíritu de los hongos le mostraba el origen de la enfermedad. Por ejemplo, mediante pérdida del alma, espíritus malévolos o hechiceros humanos. «La enfermedad sale cuando el enfermo vomita. Ellos vomitan la enfermedad. Ellos vomitan porque así lo quieren los honguitos. Si el enfermo no vomita, yo vomito. Yo vomito por ellos y, de este modo, la enfermedad es expulsada». Ella también era capaz de curar al paciente a través del poder de sus cantos. En ocasiones, los espíritus le decían que el paciente no podía curarse.
Wasson llegó claramente a México anticipando una experiencia mística o religiosa, y por fin tenía una. De hecho, mintió para conseguirla. Él sabía que las ceremonias de hongos servían para curar la enfermedad y encontrar objetos perdidos, así que le dijo a Sabina —y a otros curanderos mazatecas— que estaba preocupado sobre el paradero y el bienestar de su hijo. Más tarde admitió que aquello fue un engaño para tener acceso a las ceremonias.
Al igual que Wasson, la afluencia de norteamericanos que le siguieron a su pueblo no buscaba la cura de la enfermedad, sino la iluminación. «Algunos de los jóvenes me buscaban para estar con los niños santos. «Vinimos en busca de Dios», decían. Resultaba complicado para mí explicarles que las vigilias no se hacían por el simple deseo de buscar a Dios, sino con el único propósito de curar la enfermedad de aquéllos que la sufrían». «Pero desde el momento en que los extranjeros llegaron buscando a Dios, los niños santos perdieron su pureza. Perdieron su fuerza, los extranjeros los arruinaron. A partir de ahora no harán ningún bien, y no hay remedio para ello».
Mientras Wasson escalaba la montaña del espíritu, viendo a Sabina como una especie de santa, una psicopompa espiritual, una encarnación religiosa, María Sabina habitaba firmemente en el valle del alma, sanando a los enfermos, vomitando por ellos, expulsando su enfermedad, viviendo su vida difícil y azarosa, hasta que el bypass espiritual de Wasson destruyó el poder de sus honguitos.
Así era la poesía de María Sabina:
Soy la mujer que sola nací,
soy la mujer que sola caí,
soy la mujer que espera,
soy la mujer que examina,
soy la mujer que mira hacia dentro,
soy la mujer que busca debajo del agua,
soy la nadadora sagrada
porque puedo nadar en lo grandioso.
Soy la mujer luna,
soy la mujer que vuela,
soy la mujer aerolito,
soy la mujer constelación huarache,
soy la mujer constelación bastón,
soy la mujer estrella, Dios,
porque vengo recorriendo los lugares
desde su origen.
Soy la mujer de la brisa,
soy la mujer rocío fresco,
soy la mujer del alba,
soy la mujer crepúsculo.
Soy la mujer que brota,
soy la mujer arrancada,
soy la mujer que llora,
soy la mujer que chifla,
soy la mujer que hace sonar,
soy la mujer tamborista,
soy la mujer trompetista,
soy la mujer violinista,
soy la mujer que alegra
porque soy la payasa sagrada.
Soy la mujer piedra de sal,
soy la mujer luz del día,
soy la mujer que hace girar,
soy la mujer del cielo,
soy la mujer del Bien,
soy la mujer pura,
soy la mujer espíritu,
porque puedo entrar y puedo salir en
el reino de la muerte.
Soy la mujer que chupa,
soy la mujer que limpia,
soy la mujer que cura,
soy la mujer hierbera,
soy la mujer sabia en lenguaje
porque soy la mujer sabia en medicina.
Y éste es el canto, según la grabación del propio Wasson en 1957: