Con motivo de los quince años de ICEERS, hemos pedido a su fundador, Benjamin De Loenen, que haga un balance de la trayectoria de la fundación. Además, profundizamos en los retos actuales y futuros a los que se enfrenta el proceso histórico de globalización de las plantas maestras y sus prácticas ceremoniales.
ICEERS cumple quince años en 2024, ¿puedes recordarnos cuál fue su momento fundacional?
El momento fundacional fue en mayo de 2009. En aquel momento, las plantas de uso tradicional —y, concretamente, la iboga— estaban muy estigmatizadas, había mucho rechazo, juicio y persecución. La idea inicial era hacer trabajo educativo alrededor de las plantas, pero realmente todo aquello empezó a tomar su propia forma, desarrollándose a partir de las necesidades de las comunidades y personas implicadas en estas prácticas a nivel global.
¿Cómo fueron evolucionando esas necesidades iniciales?
Empezaron a llegar peticiones, al principio por el tema de defensa legal, porque había personas encarceladas, muchas de ellas por ayahuasca, sobre todo a partir de 2010. Y, por otra parte, había personas que habían hecho ceremonias con plantas, estaban mal y no sabían dónde acudir. Entonces, empezamos a responder a estas necesidades y nos posicionamos mucho en las trincheras. En este proceso de globalización tan complejo, las plantas inevitablemente generan desafíos, daños y problemáticas: el choque con el sistema de control de drogas, el choque entre culturas… También las malas prácticas de personas que no están suficientemente preparadas.
¿Qué alcance ha tenido vuestra labor de defensa legal?
Hemos asistido más de 350 casos en 45 países. Esta experiencia nos ha permitido conectar los aprendizajes de los distintos casos, y así poder trabajar con los abogados locales y, como mínimo, intentar evitar los perjuicios legales. Y también generar un clima que no parta desde la prohibición. De hecho, en mi opinión, desde la prohibición es muy difícil hacer nada constructivo para todas las comunidades implicadas.
¿Cómo ha evolucionado el enfoque de la fundación?
Al principio parecía más simple de lo que luego se mostró en realidad. Entonces, se reveló la complejidad de este proceso de globalización de las plantas. Es ahí donde cada vez más intentamos pasar de un lugar muy reactivo a estas necesidades a construir algo más proactivo para mejorar el futuro. Se unió al equipo gente con experiencia en incidencia legal, investigadores… Un equipo multidisciplinar que ha intentado abordar las cosas desde diferentes puntos de vista, así como ayudar a allanar el camino a un futuro en el que se minimicen los daños y se maximice el bienestar de los individuos, de las comunidades y la Tierra en su conjunto. ICEERS ha tejido una red de alianzas internacionales —interdisciplinarias e interculturales—, desde donde intentamos generar caminos y procesos.
¿Qué consejo le daría el Ben de 2024 al Ben de 2009?
Le diría: «no has entendido nada». Para mí, lo más destacable es el descubrimiento de la complejidad del proceso. Cuando estableces un encuentro con otras formas de entender el mundo, con saberes ancestrales, en los que las plantas forman parte de su cultura desde hace mucho tiempo, aprender de estos encuentros y realmente transformarlo en tu rol resulta muy difícil. Y es que se trata de algo muy evolutivo: en nuestra cultura estamos acostumbrados a hacer planes lineales, buscar fondos porque tenemos estos resultados muy definidos, cuando lo que hace falta es más un proceso emergente.
¿Qué otros aprendizajes destacarías de este recorrido?
Aunque a mí me parecía al principio que las plantas eran la gran promesa para cambiar el mundo, con el tiempo he empezado a ver que la verdadera oportunidad de transformación se encuentra en la alianza de los saberes que la globalización puede juntar. El desafío está en aprender cómo trabajar juntos y cómo complementar desde una verdadera complementación y no desde la dominación y la homogeneización. En vez de hacer eso, debemos juntarnos al servicio de una causa común, que es la vida en la Tierra.
¿Qué habéis aprendido del trabajo con comunidades indígenas?
A medida que he ido trabajando con organizaciones indígenas, y sabedores y sabedoras, más me he dado cuenta de que son culturas con conocimientos muy sofisticados. Y resulta que históricamente, incluso a día de hoy, no hay un reconocimiento real de estos conocimientos. Debemos hacer este reconocimiento. Hacerlo bien, y de manera diferente, y abrir la posibilidad de tejer un nuevo tipo de relación con estas culturas.
¿Cómo participan las plantas maestras en este diálogo intercultural?
Los conocimientos ancestrales son conocimientos de cómo vivir en relación con estas inteligencias vegetales. Cómo se escucha la Tierra como un ser vivo, cómo se entiende el orden natural, para ayudar a sostener este orden en vez de tergiversarlo, cómo entrar en una relación con plantas maestras, para que se traduzca en un proceso social positivo.
Creo que vincularlo únicamente con el tema de las plantas es más occidental, pero es sólo una parte. Todos estos saberes ancestrales parten del estudio del medio, de diferentes capas de la existencia, del territorio, de la Tierra… Cómo está todo interrelacionado, cómo no es todo material, cómo existen dimensiones energéticas y espirituales que en nuestra cultura se ponen en el saco de las creencias.
¿Qué papel juegan las alianzas en el trabajo de ICEERS?
Hemos ido avanzando, hemos ido aprendiendo durante todos estos años, hemos acompañado a gente en la cárcel, colaborando con otra gente que quiere generar políticas para mejorar regulaciones y garantizar más la seguridad y la integridad de las personas. Hemos acompañado desde las Naciones Unidas y diferentes cuerpos gubernamentales hasta las bases.
Cada vez más, he empezado a ver la importancia de crear espacios donde podemos reflexionar desde las bases. Si hay un desorden, ¿por qué es? Nosotros tenemos nuestra idea, pero desde otro sistema de conocimiento el diagnóstico es distinto. Es algo muy difícil, y creo que es lo que este tiempo está pidiendo: conectar las instituciones con las bases, pero también el mundo indígena con el no indígena, de modo que estos saberes, históricamente excluidos, juzgados y estigmatizados, puedan liderar el cambio. Asimismo, queremos ponernos al servicio de los liderazgos indígenas para su proceso de encuentro con el contexto de la globalización de las medicinas ancestrales.
¿Crees que los cambios sociales y políticos en los últimos quince años van en la buena dirección y al ritmo apropiado?
Por un lado se avanza, y por otro aparecen daños colaterales. Por ejemplo, ahora mismo, con el tema de los psicodélicos, ha entrado una fuerza muy grande que es la comercialización, reducir las plantas a fármacos, lógica de mercado, patentes y biomedicalización. La lógica de estas empresas pasa por sellar un espacio y dominarlo comercialmente. Esta dirección ha empezado a generar muchas alarmas, porque se trata de fuerzas con mucho dinero detrás.
¿Qué desafíos presenta la situación legal actual?
Con el tema de la legalidad hay avances y retrocesos. Hay países, como Italia, que prohibieron la ayahuasca recientemente, y también sucede que existe mucho desorden, y generalmente los más visibles son los más comerciales y problemáticos. La posición de ICEERS es que, para avanzar en la buena dirección, situar las plantas en un contexto de prohibición resulta contraproducente, porque todo se esconde, incluso si hay un problema, no se pide ayuda por miedo a las repercusiones.
¿Existe un cisma entre la visión científica y la holística del mundo?
Existe una hegemonía del conocimiento desde la que se tacha de pseudociencia a todo lo que no entra dentro de sus parámetros. Se trata de un término que resulta despectivo para sistemas de conocimiento milenarios. También hay una división muy grande en nuestra cultura entre la espiritualidad y la ciencia. En el ámbito científico todo es material, real y objetivo, mientras que el ámbito espiritual queda bajo el dominio de la religión. Esta fractura no existe en las ciencias ancestrales.
¿Cómo afecta esta división a la resolución de problemas?
En filantropía se enfoca todo en proyectos: se financia un proyecto que empieza en una fecha y termina en otra fecha, se tienen que definir los objetivos y se hace el análisis con matrices para ver si el proyecto ha sido exitoso. Sin embargo, lo importante son los procesos, y esto en el mundo indígena está muy claro. En el mundo indígena, el proceso está definido pero no los resultados: son procesos emergentes en los que el propio proceso va aclarando en qué dirección evolucionar.
¿Qué mensaje te gustaría recibir de tu versión de 2040?
Pues tal vez sería el mismo mensaje: tienes todo que aprender y eso es bueno, y también debes confiar en los procesos. Estos últimos años han sido disruptivos. Cuando cumplimos diez años, analizamos cómo había cambiado el mundo. En aquella época también empezamos a tejer las alianzas con el mundo indígena y todo esto ha llevado a una reorientación continua. Creo que éste es el camino: encontrar una cierta estabilidad dentro de este paradigma emergente. Éste es el desafío. Espero que el Ben de 2040 nos diga que estamos yendo por el buen camino.
Categories:
Noticias
Tags:
medicina tradicional
, entrevista
, aniversario ICEERS
, Ben de Loenen